domingo, 8 de diciembre de 2013

Jaime de Armiñán: "El Estado debe proteger al cine y al teatro"


Quizá porque por las venas de Jaime de Armiñán corre sangre de políticos y artistas, él ha sido uno de los creadores más importantes del Desarrollo, la Transición y la Democracia. Un escritor de teatro, televisión y además director de cine, cuentista, novelista y memorialista cuya obra nos permite comprender los grandes cambios sociales y de mentalidad que llevaron a la reconciliación de los españoles. Este año le han concedido el Goya de Honor a toda una trayectoria, aunque también merece el premio Príncipe de Asturias y, ¿por qué no?, el mismísimo Cervantes, que coronaría una carrera dedicada al lenguaje, ya sea escrito o audiovisual, siempre el mismo río que se desliza por muchas vertientes.

–Aunque usted no haya desembarcado nunca en la arena política, siempre ha sido un ferviente reformista, quizá porque lo lleva en los genes, ¿verdad?

–Mi abuelo paterno fue diputado del partido Liberal y ministro con José Canalejas. Quizá no hubiera habido guerra civil si a Canalejas no lo asesina el anarquista Manuel Pardiñas frente a la librería San Martín en la Puerta del Sol, en 1912. Alfonso XIII lo respetaba mucho y quizá él hubiera podido reconducir aquella Monarquía constitucional hacia una Monarquía parlamentaria moderna y más democrática, evitando las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco. Mi abuelo Luis aparece en la famosa foto de Canalejas de cuerpo presente en el Ministerio de la Gobernación, donde lo llevaron herido de muerte. Por su parte, mi padre, además de periodista (trabajó en El Heraldo y luego en ABC muchos años, después de la guerra), fue gobernador civil de Lugo, Cádiz y Córdoba durante la II República. El general Emilio Mola llegó a decir que si lo pilla en caliente, lo habría fusilado, aunque no era de izquierdas.  

–También lleva sangre teatral.

–Por parte materna. Mi abuelo fue el dramaturgo y escultor Francisco Oliver y mi abuela y mi madre las actrices Carmen Cobeña y Carmita Oliver. Yo estudié Derecho para complacer a la familia pero luego empecé a escribir teatro. Mi primera obra, que se ha perdido, fue una comedia que no se estrenó nunca y que se titulaba Álvaro no tiene voluntad. Luego escribí Eva sin manzana, que fue premio Calderón de la Barca en 1953 y la primera obra que estrené. Luego vino Sinfonía acabada en 1955 y Nuestro fantasma, que ganó el Lope de Vega en 1956, estrenándose en el Español. Y a partir de ahí unas cuantas. ¿Que por qué no me dediqué sólo al teatro? Bueno, yo hice la carrera que podía y estrené mucho. Todo está en Escelicer.

De Paseo de la Habana a Historia de la frivolidad

–Enseguida se convirtió en uno de los pioneros de TVE.

–Entré casi por casualidad en los tiempos heroicos de Paseo de la Habana, allá por 1958. Y fue de “negro”. Habían contratado a mi mujer, Elena Santonja, para hacer una magazín femenino en el que había de todo: cocina, belleza, actualidad, y que se llamaba Entre nosotras. El jefe de programas era José Luis Colina y Luis G. Berlanga le dijo: “Lo ideal sería que Jaime escribiera los guiones, pero sin firmarlos”. Me pagaban 150 pesetas de entonces por cada uno y 350 a mi mujer por programa. Nos expulsaron, pero enseguida me volvieron a llamar para hacer una serie infantil: Érase una vez, aunque a los niños no les gustaba nada mis cuentos, porque las moralejas a lo mejor eran muy particulares. Pero allí empezaron algunos actores como José María Prada, Chus Lampreave, Agustín González, María Fernanda D’Ocón y mi cuñada Carmen Santonja (que luego formaría el gran dúo Vainica Doble con Gloria van Aerssen, que tantas canciones y melodías han creado para mis programas, como Tres eran tres, Suspiros de España o el fabuloso pasodoble de Juncal).

–El éxito no se hizo esperar.

–Llegó con una serie para Adolfo Marsillach: Galería de maridos, que se continuó en otra: Galería de esposas. Yo era muy amigo de Adolfo del Café Gijón y mi padre lo había sido del suyo, que fue crítico teatral en Barcelona. Y mi abuelo del suyo. En aquellos programas también trabajaba Amparo Baró, una actriz maravillosa y una persona fantástica. Y grandes actores como Fernando Rey, Antonio Ferrandis, los hermanos Gutiérrez Caba: Juliguti, Ireneguti y Emiliguti;  o Fernando Fernán Gómez, a quien luego logré que readmitieran en TVE porque lo habían echado por apoyar el famoso Contubernio de Munich en 1962.    

–Sería imposible enumerar todas las series de aquellos años, pero una producción destaca especialmente: Historia de la frivolidad (1968).

–La hice con Narciso Ibáñez Serrador y ganó la Ninfa de Oro del Festival de Montecarlo y además la Rosa de Oro de Montreux. Adolfo Suárez y Juan José Rosón querían proyectar una imagen de España más moderna en el extranjero: “¡Queremos algo que sorprenda!”, nos pidieron. “¿Y qué podemos hacer?”, nos preguntábamos Chicho y yo. Y se nos ocurrió hacer una… ¡Historia de la censura! Aunque pensábamos que eso no iba a pasar nunca, Adolfo nos dijo que no nos preocupáramos. Y le cambiamos el título. Aun así al censor de TVE no le gustó nada aquella sátira y amenazó con dimitir.  En fin, la condición del festival era que el programa se hubiera visto antes en la televisión de origen, y se las ingeniaron para emitirlo después de medianoche, sin anunciarlo y tras el Himno Nacional, para que no lo viera nadie (ni el censor). Será uno de los primeros grandes éxitos de TVE, junto con El asfalto (Narciso Ibáñez Serrador, 1967), o ya algo después, con La cabina (Antonio Mercero, 1972).

El discreto encanto de la pantalla grande

–Debuta en el cine con Carola de día, Carola de noche (1969), película que no funcionó, aunque ya había escrito muchos guiones que se filmaron.

–Yo había hecho seis o siete guiones para José María Forqué (padrino de mi hijo Eduardo, como Marsillach lo era de Álvaro) desde principios de los sesenta; y otros para Alfonso Balcázar, Germán Llorente y Luis Lucia. Y entonces me propusieron que dirigiera mi primer largometraje que protagonizaría Marisol. Don Manuel Goyanes, el descubridor y productor habitual de sus películas, quería transformarla de actriz casi infantil a mujercita, pero me dio mucha lata con el guión y en el rodaje. Ha sido el productor más incómodo con el que he trabajado en mi vida. Y se equivocó. Yo no era el director más adecuado para ese proyecto, aunque sí hubiera podido hacer otra película distinta con Pepa Flores, porque era una gran actriz, con talento, divertida y además, guapísima. Imposible con un productor, digamos con piedad, tan anticuado.


–Triunfa poco después con Mi querida señorita (1972). ¿Cómo pudo torear a la censura una apuesta tan atrevida?

–Eso también me lo pregunto yo, pues aún no me lo explico. Creo que la censura no se enteró de qué iba esta película que escribí con José Luis Borau y que produjo Luis Megino. Nada más sufrió un corte. Mónica Randall interpretaba a Feli, una vecina, putita lista y sagaz que recibe a José Luis López Vázquez en su casa para hacer el amor (después de que su personaje, Adela Castro, ya se ha convertido en Juan). Él se está quitando los zapatos mientras Mónica se desnuda al fondo del fotograma y se le ve el pecho no más de dos segundos. Bueno, pues eso es todo lo que cortó la censura. ¡Una tontería!

–López Vázquez cautivó a Hollywood con ese personaje.

–Fue una interpretación enorme: no sabías si era hombre o mujer. A George Cukor le maravilló tanto que le propuso un contrato durante dos años sólo para que aprendiera inglés. Pero él rechazó la oferta porque trabajaba a destajo y ganaba mucho dinero en España. Y Cukor le dio un papel en Viajes con mi tía especialmente escrito para él, pues el personaje no sabía inglés.      

–Después realiza El amor del capitán Brando (1974), otra apuesta de riesgo. Un melancólico triángulo amoroso entre un viejo exiliado (Fernán Gómez), una modernísima maestra rural (Ana Belén) y un chico de trece años, alumno suyo (Jaime Gamboa), triángulo al que se enfrenta el alcalde del pueblo (Antonio Ferrandis), muy, pero que muy franquista.     

–Ahí sí hubo mucha guerra con la censura. Fernando interpretaba a un republicano que ha vuelto a España y Antonio al alcalde, que hablaba como Franco, pues yo había escogido fragmentos de discursos suyos muy reconocibles, sabiendo que los iban a quitar. En realidad, Juan Tébar (coguionista) y yo les poníamos cebos a los censores para que dejaran otras cosas. La madre de esta película era otro proyecto que nunca llegó a cuajar, porque trataba de las huelgas estudiantiles de la época. Me dijeron que ni se me ocurriera escribir ese guion imposible… Como pequeña venganza en El amor del… hay una huelga, pero de niños, claro.

–A mediados de los años 70 se hablaba de una Tercera vía del cine español, que impulsaba el productor José Luis Dibildos y que representaban directores como Roberto Bodegas (Españolas en París, 1971; Vida conyugal sana, 1974; y Los nuevos españoles, 1975) o José Luis Garci (primero guionista de Mercero, Bodegas y Pedro Olea; y luego director de Asignatura pendiente, 1977 y Las verdes praderas, 1979). Pero eso, ¿no lo había inventado ya Jaime de Armiñán?

–Aunque los aprecio a todos muchísimo y son mis amigos, cuando me hablaban de eso yo decía que no era de ninguna Tercera vía, algo que me sienta como un tiro porque mis películas las hago yo.


–Vale. Ha tenido siempre muy mala suerte en Hollywood, porque el año de Mi querida señorita también competía Luis Buñuel con El discreto encanto de la burguesía… Tampoco pudo ser en 1980 con El nido, una película que hoy sería políticamente incorrecta, pues trata del amor crepuscular de un músico retirado y viudo (Héctor Alterio) con una lolita (Ana Torrent) que vive en una Casa Cuartel.

–Bueno, en 1973 yo sabía que si iba Buñuel no había nada que hacer. Pero fui y me lo pasé divinamente. Conocí a Cukor, a Billy Wilder, a Rouben Mamoulian, a George Stevens y a Alfred Hitchcock. Fue maravilloso. Los mismos que le habían hecho un homenaje a don Luis, ya sabe, el de “Los chicos de la foto”. Pero el caso de El nido fue muy distinto.

–¿Por qué?

–Aquel año se presentaban François Truffaut con El último metro en París y Akira Kurosawa con Kagemusha. Eran dos filmes que iban con mucho poder y dinero promocional detrás. Un par de días antes me dijeron que El nido podía ganar porque esas dos grandes películas se anulaban entre ellas. Al final, el Oscar se lo llevó la soviética Moscú no cree en las lágrimas. Era un bodrio americanófilo pero a la Academia le interesaba mucho, por lo visto, que ganara, por las razones políticas que fueran y porque querían hacer una gran exposición en Los Ángeles de cine soviético, aunque luego los rusos no permitieron a su director, Vladimir Menshov, que recogiera el premio.

–Ya no hay censura, sino toda la libertad para hacer cine o teatro, pero bien parece que sin ayudas del Estado resulta casi imposible. ¿Qué piensa de las subvenciones?

–Hoy no hay censura política, moral o religiosa, pero sí económica. ¿Quién va a producir una película que refleje lo español, cuando cuesta tanto dinero hacerla, y sólo es viable el cine internacional, espectacular o de género? Creo que defender la excepción cultural de nuestro cine es una de las obligaciones del Estado. Proteger el cine y al teatro, porque esta subida que han hecho del IVA, también lo ha dejado tocado. Y hay una cosa que aclararle a la gente. Las subvenciones no son un invento de los socialistas, ya las había en la época de Franco: Locura de amor, El clavo o La tía Tula (que no era precisamente una película franquista ya en los años sesenta) fueron subvencionadas, por no hablar de las primeras obras de Carlos Saura. Igual que las de Berlanga, como la espléndida Plácido, que primero se llamó Siente a un pobre a su mesa, título que no fue aceptado. En fin, todas estaban subvencionadas y muy bien subvencionadas.

Juncal  y la familia Bienvenida


–En 1989 vuelve otra vez a la televisión y nos regala Juncal, serie de ambiente taurino que protagonizó Paco Rabal y que obtuvo un enorme éxito.

–Yo incorporé a esa serie toda una vida junto a una familia de toreros: los Bienvenida. Yo he oído hablar a Manolo Bienvenida, el Papa Negro, cientos de veces; y a Antonio, igual; y a Ángel Luis, últimamente. Sobre todo a Ángel Luis, que era como mi hermano. Me salí de todos los tópicos del cine taurino. Pero no podía haberlo hecho sin el Papa Negro, aunque el personaje de Paco Rabal no está inspirado en él. Todo lo contrario. Pero sí en el lenguaje de Manolo, de Ángel Luis, de Antonio y de Pepe Bienvenida. Juncal podía haberla escrito cualquiera de ellos. Cuando se fueron marchando, a mí empezó a darme mucha pena y nostalgia ir a las Ventas o a La Maestranza. Y ya no voy.

–¿Qué piensa del acoso a la Fiesta en Cataluña y el País Vasco?


–Un horror. Aunque en el País Vasco es distinto, porque los toros en Bilbao están muy arraigados. Y qué pasa en Navarra, ¿podrán quitarle a Pamplona los sanfermines? Creo que la Fiesta se acabará quizá porque la afición está desapareciendo en las familias. Ahora bien, en México, en Perú o en Colombia no va a ser tan fácil. Ni en Andalucía. Yo tampoco creo que los toros tengan que ver con el arte: no son cine, pintura, música o literatura. Son otra cosa, pero muy nuestra. Yo nunca los prohibiría porque sería una traición.  


miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿20 de noviembre?

Perdonad esta irrupción poco literaria, más bien un eructo fuera de tono o una sonora pedorreta. El proyecto de una innecesaria Ley de Seguridad Ciudadana –que seguramente recoge todas las inquietudes del ministro de la Gobernación (antes Interior) y teniente general de los legionarios de Cristo u orden parecida– anuncia este 20 de noviembre la resurrección del Tribunal de Orden Público, las leyes de Vagos y Maleantes, Persecución del Comunismo y la Masonería o Peligrosidad Social, y otras franquicias del difunto Régimen. Empieza a dar miedo el populismo autoritario o autoritarismo populachero de un Gobierno que, hasta ahora, parecía moderado en cuanto a las costumbres y a los derechos de expresión y manifestación.  



domingo, 17 de noviembre de 2013

Adam Michnik: “Creo que el general Jaruzelski defendía el interés nacional de Polonia”



 Adam Michnik es una de las grandes figuras que protagonizaron la democratización del Occidente secuestrado por la Unión Soviética después de la II Guerra Mundial. Un periodista político e intelectual a la misma altura de Václav Havel, quien llegaría a la Presidencia de Checoslovaquia. Ahora la editorial Acantilado publica En busca del significado perdido, una colección de ensayos en los que pasa revista a aquellos años terribles y decisivos.

Aunque las diferencias entre la dictadura del general Franco y la Polonia comunista sean enormes (Leszek Kolakowski no tuvo empacho en señalarlas en los años 60 y 70), España y Polonia afrontaron dos procesos de Transición ejemplares. Pero hoy, tantos años después, españoles y polacos parecemos sentir una cierta decepción ante la democracia, quizá porque tales procesos fueron resultado de una enorme “ilusión histórica” colectiva, mientras que la democracia solo implica diálogo y negociación, un sistema imperfecto donde nadie pierde o gana pero se defiende a las minorías; un cauce aburrido y nada mágico: nunca llega a ser la panacea que resuelve el futuro a golpe de varita.

–Usted se considera hoy, en cierto sentido, un “idealista sin ilusiones”.

–Yo sé que España y Polonia atraviesan por serias dificultades, pero ni los polacos cambiaríamos la situación actual  para volver a la dictadura comunista, ni los españoles al régimen de Franco. Y aquí estamos todos de acuerdo: hoy los nostálgicos franquistas, si alguien les votara, podrían beneficiarse del orden democrático; de la misma forma que los viejos comunistas pueden estar hoy en la política de Polonia.

–Cuando el movimiento sindicalista Solidaridad comienza sus actividades en 1979, aún estaban recientes dos grandes heridas. Los tanques soviéticos habían aplastado la Rebelión de Hungría en 1956, lo mismo que las tropas del Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga en 1968. ¿Por qué fracasaron?

–En Hungría hubo exceso de confianza en las propias fuerzas y en el apoyo occidental, y mucho romanticismo, pero aún gobernaba Nikita Jruschov y había estalinismo puro y duro, pese al XX Congreso del PCUS (donde se hizo la primera crítica al estalinismo y al culto de la personalidad). En Checoslovaquia, la causa principal fue la Doctrina Breznev, que daba “autonomía limitada” a los países satélites; es decir: siempre que se sometieran a los intereses de la URSS. Polonia tuvo un proceso específico, se actuó con coraje y astucia, con prudencia, y además fue decisivo que Mijail Gorbachov decidiera romper con esa doctrina. Nosotros nos dimos cuenta de que podíamos conseguir mucho de lo que soñábamos, aunque el poder comunista lo controlaba todo: el Gobierno, la Administración, la propaganda, los medios, la policía. Para mí fue muy importante el modelo de la Transición española, sobre el que he escrito y hablado mucho. Había que alcanzar un compromiso entre la oposición y el ala reformista del partido en el poder: el POU (Partido Obrero Unificado). Los españoles nos habían dado una gran lección con aquel proceso transformador sin revancha, como si las dos partes se dijeran: “La guerra civil ha terminado, avanzaremos juntos sin matarnos los unos a los otros”.

–Tras la legalización de Solidaridad, la situación se complica y el general Wojciech Jaruzelski  impone la Ley Marcial durante ocho largos años. Usted no le ha condenado sino que hoy, incluso, le defiende de cualquier linchamiento histórico, aunque con matices, claro.

General Wojciech Jaruzelski
–Sí, hoy le defiendo, aunque en aquel momento no lo hacía. Jaruzelski se enfrentaba a un gran dilema. O bien él sometía a la oposición, o bien lo hacían los soviéticos. Y además no podía olvidar  la suerte que corrieron Imre Nagy, presidente del Consejo de Ministros húngaro, que fue fusilado; y Alexander Dubcek, primer secretario del Comité Central del PC checo, quien fue conducido a Moscú esposado. Yo creo que Jaruzelski defendía en su fuero interno el interés nacional de Polonia. Visto desde hoy, pero también desde la perspectiva de 1989, resulta evidente que fue mejor la Ley Marcial impuesta en Polonia que otra invasión del Pacto de Varsovia. 

–En 1965, durante el Concilio Vaticano II, los obispos polacos encabezados por el cardenal primado Stefan  Wyszynski y el arzobispo metropolitano de Cracovia, Karol Wojtyla, se reconciliaron con los alemanes, lo que desencadenó una gran “batida” en Polonia contra ellos y la Iglesia Católica.

–El régimen comunista reaccionó con una brutal campaña de propaganda. Los obispos fueron acusados de actuar contra el Estado y la consigna fue: “Ni olvidaremos ni perdonaremos”. Y estalló el sentimiento de agravio silenciado durante mucho tiempo. El objeto del odio popular eran, naturalmente, los alemanes, pero las autoridades comunistas lo manipularon y lo dirigieron hacia los obispos. Los comunistas de Cracovia, por conducto de un comité de obreros de Solvay, enviaron una carta al arzobispo Wojtyla en la que mostraban su indignación, reprochando que nadie les había autorizado a tomar esa postura, pues concernía a todos los polacos y sólo el Gobierno tenía la potestad de hacerlo. Wyszynski (que era un hombre con mentalidad de principios de siglo, cuando el primado se convertía en regente en ausencia del presidente, y al que habían inducido a adoptar esa defensa de los derechos humanos, cosa de masones) se excusó a sí mismo. Mientras que el futuro Juan Pablo II hizo una profunda defensa de aquella declaración en la que desarrollaba cuáles eran las motivaciones del diálogo, el perdón y la reconciliación con los alemanes.

–Durante la dictadura comunista hubo muchos “ojeadores” y “batidas” contra los disidentes. Entre las figuras que fueron objeto de persecución destaca Ceszlaw Milosz, el gran poeta polaco, premio Nobel en 1980, que primero simpatizó con el comunismo, pero se desengañó, exiliándose muy pronto.

–Milosz nunca simpatizó realmente con el comunismo, aunque al principio sí creyó que se podía vivir y hacer cosas positivas en la Polonia gobernada por ellos. Cuando vio cómo se obligaba a los poetas a escribir himnos de alabanza a Stalin en 1949, él se negó. Milosz asumía que el acuerdo de reparto alcanzado por Roosevelt, Churchill y Stalin en Yalta había entregado Polonia a la URSS. Y tenía que seguir viviendo. Cuando a mí me arrestaron y estuve preso, yo también intenté seguir con vida y no me arrojé contra las alambradas, lo cual tampoco significa que me haya gustado nunca la cárcel.

–Otro gran intelectual polaco que tuvo que optar por el exilio fue Leszek Kolakowski. Su libro El hombre sin alternativa, donde aparece el ensayo “Historia y responsabilidad”,  ayudó a muchos simpatizantes comunistas de los años 70 y 80 a repudiar el totalitarismo y abrazar la democracia.

–Aunque no lo cito en este libro, eso es una casualidad, porque yo he escrito mucho sobre él: fue mi maestro, mi gurú y también mi amigo. Soy alumno suyo. Creo que ha sido el príncipe de los hombres de Letras de Polonia.

Adam Michnik durante esta conversación (foto ABC)
–Al Instituto de la Memoria Nacional otra vez vuelven los “ojeadores”, esta vez a los archivos policiales, para delatar a destacadas figuras políticas y sindicales por supuestos pecados del pasado.

–Los “ojeadores” y “lustradores” también lo intentaron conmigo. Y sólo encontraron algo en los archivos de la policía política. En una ocasión, los secretas me habían interrogado –ya no recuerdo exactamente por qué– y yo les había contestado como evasiva que no callaba ni ocultaba nada, y que si me enteraba de que alguien iba a ponerle una bomba a una estatua de Lenin, por supuesto, que se lo comunicaría, porque estaba en contra de la violencia. ¡Eso fue todo lo que encontraron! A Lech Walesa también le buscaron secretos inconfesables y tampoco le hallaron nada, por supuesto. Así es Polonia. 

–En España, la Ley de la Memoria Histórica denunció los pactos de la reconciliación, que no fueron de silencio ni de olvido: la Guerra Civil está muy bien historiada, sino de perdón. El juez Baltasar Garzón ha querido abrir recientemente causa judicial al franquismo, cuando el Congreso aprobó una ley que amnistiaba todos los delitos políticos cometidos antes de 1977, incluidos los actos terroristas de ETA, GRAPO y FRAP. Hoy está apartado. ¿Qué opinión le merece este juez de fama internacional?

–Garzón es un juez muy importante, aunque me temo que le gustan mucho la publicidad y las cámaras. Creo que se equivoca, como también creí en su día que se equivocaba cuando intentó que la Justicia británica extraditara al dictador Augusto Pinochet para juzgarle en España tras su detención en Londres. Y lo creo porque hubiera puesto en grave peligro el proceso de reconciliación que había devuelto la democracia a Chile.


martes, 12 de noviembre de 2013

Fernando Savater o el gozo de leer y el riesgo de pensar

Fernando Savater en el Hotel de las Letras, foto de Ángel Navarrete (ABC)


Fernando Savater compila en Figuraciones mías (Ariel) sus últimas notas publicadas en El País, y abre el libro con un elogio al periodismo literario. ¿Por qué? “No tengo blog, no hago tweets ni nada en formato digital; en mi caso, lo que sustituye a todo eso es el artículo. Algunas de sus supuestas limitaciones: de tono, de espacio, etc., creo que son ventajas que reivindican al género”.

–El Fin de la era Gutenberg, cuando la cultura, el pensamiento y la creatividad se producían, enseñaban, transmitían y almacenaban impresos en papel, también parece estar arrinconando a diarios y revistas, primeros portavoces de la opinión pública.

–Lo importante no es que sobreviva el periódico impreso en papel, sino que continúe habiendo periodismo. El periodismo entendido como una ética y una estética de la transmisión de la noticia, del comentario, de la novedad, y como una responsabilidad ante el texto. Evidentemente yo soy un periodista literario ligado a la Prensa, y no descarto que mañana, cuando la mayoría de diarios se hagan en internet, algunos sigan como ahora lo hago yo: en papel.

Bitácora de lecturas actuales y otras relecturas, de viajes y homenajes, sus artículos también lo son del día a día, al que el pensador y ensayista se asoma al filo de la noticia: de las cosas que le agradan, preocupan, irritan o asombran a él y a todos los lectores.  

¿Quién tiene el derecho a decidir?

–Primero, hablemos de actualidad. Entre los temas que trata, aborda el “derecho a decidir” que reivindican los nacionalistas catalanes y vascos.

–En una democracia hablar del “derecho a decidir” es como si los peces hablaran del “derecho a nadar”. Pero aquí se habla de otra cosa, se habla de independencia. Ese “derecho a decidir” que ellos acotan para sí mismos es impedirte a ti que decidas si lo quieres o no. Lo cierto es que todos los ciudadanos españoles  tenemos tanto “derecho a decidir” qué es lo que va a pasar en Cataluña o el País Vasco como los que viven en Tarrasa o Baracaldo. No somos “oriundos” de ningún pueblo o región, somos “ciudadanos”. Y la ciudadanía no se fracciona.

–Savater no es sospechoso de simpatías nacionalistas ni ha contemporizado nunca con la violencia. ¿Qué piensa de la “derogación” de la Doctrina Parot por la que muchos etarras y otros asesinos tristemente célebres están saliendo de la cárcel?

–Ojo, la Doctrina Parot no se ha derogado en ningún momento, ni se ha tocado, ni se ha puesto en entredicho. Y es perfectamente justificable para que no haya cadena perpetua en España. La Doctrina Parot la evitaba pues busca que si alguien ha sido condenado a dos mil años de cárcel, le sea más difícil reducir su estancia que a otro que lo ha sido a veinticinco. Lo que ahora se ha dirimido es si eso es aplicable retroactivamente (algo que uno de los jueces, el británico, aceptaba pues no afecta a la pena, sino a los beneficios, y defendió que su aplicación es competencia de los gobiernos). Ahora están saliendo muchos indeseables de la cárcel, como ese señor Troitiño, pero llevaban veintimuchos años allí y a lo mejor ya sólo les faltaban año y medio o dos para salir. Lo terrible es que esta confusión justifique la cadena perpetua. A veces pienso que en España, más que Justicia, queremos ajusticiadores.

–Algunos piensan que al Gobierno del PP esa “confusión” (que todos los días reproducen los medios estatales y muchos privados) le viene de perlas, pues asume lo que hubieren pactado antes los socialistas para que ETA dejara de matar; y ahora puede echarle la culpa a Europa y cumplir con las exigencias penitenciarias de la banda.

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–La verdad es que no lo creo, no soy tan paranoico, son puras teorías conspirativas.


La dificultad de educar


–Pues cambiemos de tercio. Dedica otra sección del libro a los problemas educativos, cuyo modelo persigue más acomodar a los estudiantes al futuro mercado de trabajo (modelo Bolonia, exámenes de Pisa), que instruirles o formarles. Y se relegan las Humanidades.

–Estamos promocionando una educación que prima los instrumentos sobre los fines. Por eso pierden la Filosofía y la Literatura, que hablan de los motivos, los fines y sus consecuencias. Está muy bien enseñar técnicas y formas de hacer cosas en la vida pero también hay que saber por qué y para qué.

–El Gobierno primero eliminó una asignatura que usted impulsó, Educación para la Ciudadanía, y ahora la Ley Wert mejora el estatus de Religión

–No entiendo por qué sustituir los valores racionales (qué significa ser “ciudadano” y vivir en democracia) por una oferta religiosa, sea la cristiana o cualquier otra, porque las religiones no cultivan la razón sino otro tipo de cosas. Desde luego, la religión es un “derecho” de cada cual… pero un “deber” de nadie. Y quienes acusaban a aquella asignatura de “adoctrinadora”, prefieren el catecismo. Transmitir valores sociales es transmitir doctrina, cierto, pero está completamente justificado, porque son valores razonados y no dogmas, como los que sustentan las religiones.

­–Usted no se siente mal acompañado de Jürgen Habermas

–El Patriotismo constitucional del que habla Habermas es un desideratum: “si hay que ser patriotas, seámoslo de unas leyes, de unos derechos, de unas garantías”. Porque, en definitiva, un verdadero ciudadano lo es gracias a esa abstracción llamada Constitución. Por desgracia, en España parece que somos, antes que ciudadanos, oriundos o nativos de un lugar, y ese localismo enmascara la ciudadanía. Y así nos va.

Fantasmas en la Red

–Los neurobiólogos advierten que internet y los medios digitales no sólo están cambiando en los niños y jóvenes la manera de leer, estudiar, comprender el mundo, comunicarse y divertirse, sino que están variando las estructuras cerebrales que modulan el aprendizaje, la atención y la memoria, bases de la inteligencia.

–Creo que cambiar las estructuras cerebrales debe costar mucho más de lo que piensan los neurobiólogos –se ríe, pues no le caen muy bien–. Lo cierto es que los seres humanos cambiamos. Y que hay diferencias entre los habitantes de una tribu aislada y perdida (que sólo ven quince o veinte caras nuevas en toda su vida y se relacionan entre ellos de forma verbal o con un collar de cuentas) y nosotros (que vemos miles de caras nuevas mensualmente y estamos acostumbrados a relacionarnos con el móvil e internet), eso me parece evidente. Pero esas diferencias, digamos: “folclóricas”, no quitan que los seres humanos siguen teniendo como base en sus vidas la búsqueda del amor, el trabajo, la evitación de la muerte, la solidaridad… Nuestro mundo es muy diferente al de Safo de Lesbos, y si viajara en el tiempo hasta nosotros, se quedaría asombrada del i-pad, los aviones y todo lo demás, pero cuando leyera los poemas que se escriben hoy, se encontraría con los mismos sentimientos y preguntas, de la misma forma que nosotros entendemos y apreciamos los suyos en la actualidad. Bueno, las mentes cambian… pero menos. En fin, a través de la Filosofía, la Literatura y la Poesía hoy escuchamos la voz de hombres que existieron en otros tiempos: estamos “en conversación con los difuntos”, como diría Quevedo.

–En cualquier caso, existen grandes peligros y amenazas, particulares y colectivos, personales e internacionales.

–La Red facilita el trabajo, la recolección de datos, y su uso lúdico de juegos e imágenes, también me parece fantástico. Pero encierra peligros. Claro. Los bárbaros utilizan todos los instrumentos de civilización para hacer barbaridades. Sobre el balance entre libertad y seguridad se ha hablado siempre, y se dicen muchos disparates. Todos estamos dispuestos a ceder parte de nuestra libertad para tener cierta seguridad. Mandamos a nuestros hijos al colegio y queremos que alguien vigile para que no se los lleven los pederastas. Resulta muy molesto pasar esas revisiones que se hacen antes de subir a un avión, pero si la perspectiva es una bomba, todos preferimos que nos miren bajo los calzoncillos.

–¿Qué piensa de las filtraciones de Wikileaks o de Snowden?

–La verdadera amenaza contra la seguridad occidental no es lo que estuvieran haciendo la CIA o la NSA, sino que todos esos secretos que nos afectan a todos puedan caer en manos de tipejos como Snowden o de cualquier mediocre desaprensivo o locoide que pueda hacer una chifladura.  Esa es la verdadera amenaza.


Homenajes

Bitácora de lecturas, estas Figuraciones mías no sólo reivindican la novela histórica, algunos mal llamados best sellers, sino también la literatura fantástica en general, y la ciencia-ficción (hasta se declara alumno o tributario de Ray Bradbury); sino que también muestra su admiración por grandes escritores de siempre como Dante, ShakespeareCharles Dickens, Virginia Woolf o Cioran.

–Entre los nuestros brilla Pío Baroja, un novelista que siempre ha tenido poco éxito de crítica pero siempre muchísimos lectores.


– Es un escritor leidísimo. A mí me encanta y creo que es uno de los autores del siglo XX a reivindicar. No tiene un solo libro aburrido. Quizá son deslavazados de estilo….Ortega decía una cosa muy divertida: “Los personajes entran y salen de sus páginas como la gente sube o baja del autobús”. Entran, salen y ya no vuelven a aparecer. Así es. Pero, sobre todo, Baroja tiene una enorme fuerza narrativa que mantiene siempre la atención del lector.

–Y Octavio Paz.

–Yo he sido lector y amigo de Octavio Paz. No sólo era hombre de una enorme cultura sino de una gran perspicacia para ver lo que era útil o inútil en la cultura y para ver por dónde iban las cosas. Y era muy generoso a la hora de ayudarte y darte ideas. Sabemos que era poeta, diplomático, hombre de ideas políticas y muy crítico, ensayista de muchos palos, pero se habla menos de su dimensión como maestro. Y creo que esa labor pedagógica es importante reivindicarla. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Guillermo Cabrera Infante: "Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca"

Guillermo Cabrera Infante y Miriam Gómez vistos por Néstor Almendros

Aunque debió redactarlo poco tiempo después de abandonar Cuba para siempre con sus dos hijas, Guillermo Cabrera Infante apenas volvió sobre este Mapa dibujado por un espía que ahora publica Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, y que permaneció escondido y virgen, sin haber sido elaborado literariamente. Y aun así: desnudo o inacabado, a veces escatológico, procaz y sensual, crónica casi sin música, es un libro de Cabrera Infante por todos sus costados y costuras.

Transcurre en La Habana. Los cuatro meses más tristes de 1965. Agregado cultural de la embajada de Bélgica, el escritor viaja a la isla porque su madre ha muerto repentinamente. Allí también vuela su hermano, el pintor y cineasta Sabá Cabrera, destinado en Madrid después de que su documental PM  fuera prohibido por el mismísimo Fidel Castro. Hecho detonante, además, del cierre del suplemento cultural “Lunes” del diario Revolución –años después el Granma– y del que su hermano Guillermo era subdirector, causa de sus destinos diplomáticos, casi destierros simulados, del ostracismo interno de Carlos Franqui y del exilio de Néstor Almendros. Ahora el editor Antoni Munné pone en manos de los lectores este volumen póstumo que pudo ser una novela y que hoy es testimonio: desolación de la quimera en primera persona.  
   
–¿Por qué ha tardado tanto en aparecer?

–Cuando Cabrera falleció en febrero de 2005, la editorial me encargó la edición de sus obras póstumas y de las Completas. En su casa, Miriam Gómez y yo fuimos desempolvando miles de papeles y había cuatro novelas, dos de las cuales ya se han publicado: La ninfa inconstante (2008) y Cuerpos divinos (2010). Un cuarto texto aparecerá más adelante y es la novelización de la película La ciudad perdida (2005), cuyo guión redactó Cabrera y que dirigió y protagonizó Andy García.

–¿Y éste?

–Era el único texto que ella jamás había leído, aunque sabía de él, pero temía que su lectura pudiera perturbarla, por lo que no me dejó leerlo sino hasta haber trabajado la edición de aquellas dos novelas y del primer volumen de las Completas. A mí me impresionó y le dije: “Miriam, es de justicia que la gente lo conozca”. Y ella aceptó. La edición era compleja. Cabrera había hablado en varias entrevistas sobre él y variaban en el título, éste que finalmente lo ilustra: Mapa dibujado…, y otro muy sugerente: Ítaca vuelta a visitar. Hubo que revisar otros cientos de papeles, notas y artículos afines, pero ninguno estructurado como éste, que estaba –tal cual ahora aparece– de principio a fin, completo y en un sobre, incluso con un prólogo que a mí me parece un poco extraño.


Todo el poder para los Castro

Año 1965. Aunque no lo cita, hace poco tiempo Jruschov ha sido defenestrado del poder soviético y sus sucesores han segado ya los tímidos brotes verdes de aquel deshielo político y cultural. En Cuba, ya nadie puede hacer sombra a los hermanos Castro: ni Huber Matos, primer auto de fe; ni Camilo Cienfuegos, desaparecido en vuelo; ni el romántico y extremoso Che Guevara, trágico excursionista revolucionario por África y Suramérica, cuyos amigos y partidarios han sido relegados. El presidente Osvaldo Dorticós baila su música. Una casta burocrática ligada al Ejército y al Partido no sólo está arrinconando a la vieja guardia idealista, sino que vence todos los equilibrios internos hacia el ministerio del Interior, el ojo y el brazo ejecutor del Gran Hermano. Ya en 1961, Fidel había proclamado: “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”.

A Cabrera Infante casi lo bajan directamente del avión que lo devolvía a Bruselas, donde aguardaba su esposa; y su hermano Sabá tampoco puede regresar a España, tras despedir los dos a su madre muerta. Y no saben por qué. Jamás han hecho o dicho nada contra la Revolución, sino todo lo contrario: asumieron las pérdidas, trabajaron duro, creyeron, nunca han fallado ni en la desilusión. Nadie les dice nada si lo sabe, cuidado a quién se pregunta, cuidado con quién se sinceran, en quién buscan apoyo o caricias.

En Cuba todos los signos auguran malos tiempos. Hay mercado negro, escasez de alimentos, cartilla de racionamiento, no se construye, la ciudad se deteriora, las granjas son improductivas, hay juicios asamblearios, arengas y turistas del comunismo, continuo asalto a la libertad de expresión. Y prostitución como no la hubo ni en tiempos de Fulgencio Batista: por unas medias de nailon, por una cama donde dormir, algo que comer, incluso putas casi niñas que eran agentes de la inteligencia.

–También hay una obsesiva caza de brujas homosexuales, la homofobia como seña de la mentalidad criolla y militar.

–Los casos de Virgilio Piñera, Antón Arrufat y otros homosexuales es muy evidente. Estaba ese recién creado Departamento de Lacras Sociales cuyos agentes los “identificaban” pidiendo la hora en la calle. Si extendían la muñeca firmemente, no lo eran; y si lo hacían lánguidamente, seguro que sí. Había miedo, mucho miedo. Otros agentes de inteligencia “identificaban” a los culposos contrarrevolucionarios analizando sus manos cuando los interrogaban o solo hablaban con ellos sibilinamente… Es como un esperpento kafkiano. Lo fantástico de este libro es que transmite el pulso de los grandes anatemas de aquel momento: los homosexuales…

–La música moderna…

–Una tierra tan musical llevaba años sin inventar un son desde la Revolución, cuando antes siempre ponía de moda alguno en todo el mundo. Y además, se impedía que los jóvenes escucharan rock o pop. El teatro, el cine, la poesía, la pintura o la literatura ambiguos que pretendían ser revolucionarios y no “de la Revolución”. Y los horrores de la delación. Incluso en los escarceos amorosos que Cabrera mantiene, siempre tiene la sospecha de que sus amantes puedan ser confidentes de la Seguridad del Estado. En fin, la médula del libro es la enorme decepción que el gran escritor siente cuando ve con lucidez qué es lo que está pasando en Cuba. A mí me parece que está a la altura de los testimonios que escribieron André Gide (Regreso de la URSS, 1936) o Arthur Koestler, entre otros grandes desencantados del estalinismo.

–Por esta páginas deambulan personajes como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Walterio Carbonell, Edmundo Desnoes, César Leante, Pablo Armando Fernández, Roberto Fernández Retamar, Tomás Gutiérrez Alea “Titón”, algunos de los cuales luego lo traicionaron, y a los que trata con benevolencia y hasta sentido del humor.

–Miriam Gómez no sabe la fecha en que Cabrera lo redactó. Por eso creo que fue escrito hasta, aproximadamente, 1968, tras sus declaraciones en Primera Plana, primeras críticas al castrismo; y cuando Heberto Padilla empezó a tener problemas con la Revolución, antes de su “retractación” en 1971, lo que ha venido llamándose el “Caso Padilla”. Personajes como Pablo Armando, Lisandro Otero, Retamar y otros que terminarían convirtiéndose en enemigos acérrimos, aquí los trata bien, por lo que deduzco que se fraguó antes de que se distanciaran. Y no lo volvió a tocar, a la espera de darle forma literaria, de ahí su carácter descarnado, con choteo pero sin juegos de palabras, citas cultas o populares, juicios, y casi sin música, señas literarias de su autor.  

El suicidio en Cuba

–Este libro también anuncia otro tabú de la Revolución cubana: el suicidio. En 1983 causó escándalo un ensayo de Cabrera publicado en la revista Vuelta de Octavio Paz: “Entre la historia y la nada. Notas sobre una ideología del suicidio”. Así, algunos de los personajes que ya aparecen en Mapa dibujado…, como la inefable Haydeé Santamaría, lo cometerían. Así también el presidente Dorticós… después de haber leído aquel ensayo, según dicen. 

–La sombra del suicidio como única salida decente en Cuba ya planeaba aquí, como Miriam Gómez me iba señalando a medida que avanzábamos, y como se ve oblicuamente en la lista de personajes que lo cierra. Eso le da una dimensión humana trágica. Cuando me dio el original, lo leí en una noche y salí tocado: es triste, muy triste… Y no sólo por eso, sino por el enorme tráfico de personajes, unos que se rindieron ante lo que les caía encima, otros que fueron arrasados; y la enorme quiebra de amistades. Todas aquellas traiciones quizá tuvieron mucho que ver con el colapso mental que Cabrera Infante sufrió en 1972.

–Para él, ya “era evidente que entre las cosas que destruyó la Revolución en Cuba, una de ellas fueron los lazos familiares”. ¿Cómo es posible que aún pueda alguien sentir simpatía por la dictadura más longeva de Iberoamérica?

–Yo tampoco entiendo cómo todavía hay gente que pueda seguir justificando, por muchos años que pasen y puedan pasar, todo lo que ha estado y sigue pasando en Cuba.