viernes, 4 de octubre de 2013

Juan Pablo Fusi: "Hoy vivimos un espejismo de paz"

Juan Pablo Fusi, fotografiado por Jaime García (ABC)

El historiador, ensayista y catedrático publica una Breve historia del mundo contemporáneo (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) que comienza hablando de dos revoluciones, la Americana y la Francesa. 

La primera, que es una gran desconocida para nosotros, acabó bien; la segunda, que fue tributaria de aquella y es el gran icono histórico europeo, no.

–Es verdad que la interpretación convencional que muchos hacemos de la Historia Contemporánea parte de 1789 con la Revolución Francesa, dejando fuera a la Revolución Americana que tiene una gran importancia en sí misma, dado que Estados Unidos ha terminado por ser el país dominante, sobre todo, desde finales del XIX, y ya claramente, en el siglo XX. En cuanto a las ideas políticas y morales, a la concepción del estado y a la misma idea de “revolución” que defendieron Jefferson,  Madison, Hamilton, Adams o FranklinWashington se pronuncia menos sobre esas materias–, tienen una calidad extraordinaria. Y es verdad que una termina bien, porque los valores políticos sobre los que se sustenta la Revolución Americana (desde la autonomía que ya disfrutaban las colonias, la pluralidad religiosa de los disidentes ingleses que fueron desembarcando allí, más la idea que tenían de la separación de poderes, de la Constitución, de una República moderada, y del orden y el equilibrio de sus instituciones) han acabado siendo parte fundamental de lo que hoy entendemos por democracia. Por su parte, la Revolución Francesa, sobre todo a partir de 1793-94, primero degeneró en una dictadura de la minoría jacobina y luego acabó en el primer golpe de Estado militar moderno, con Napoleón Bonaparte a la cabeza el 18 de Brumario de 1799 (9 de noviembre según nuestro calendario).

Europa siempre ha sido más inestable, sanguinaria, impredecible y vengativa…

–Ojo, en Norteamérica también ocurren cosas terribles, ahí está la Guerra de Secesión en la que muere más gente que en todas las demás guerras en las que ha participado después, incluidas las dos mundiales y Vietnam. Políticamente es más estable, cierto, pues prevalece el sistema creado a fines del XVIII, su Constitución y la cultura de elecciones presidenciales a través de un sistema abierto de partidos. El orden constitucional ha sobrevivido prácticamente inalterado hasta nuestros días, incluso con herencias que a veces no entendemos, como las “caucus” en sus elecciones primarias, que es terminología propia del siglo XVIII, aunque a lo mejor deberían revisar esas variables de democracia directa. Gran Bretaña y EE.UU., a pesar de que hayan tenido crisis muy graves y de que hoy atraviesen por dificultades, han experimentado una evolución muy “ordenada”, como la calificó el Times. En cambio, la historia del continente europeo en el siglo XIX fue muy irregular, por lo menos, hasta el periodo de estabilidad y gran plenitud que se abrió durante los últimos treinta años del XIX: se han unificado Italia y Alemania y la vida política discurre  con cierto orden parlamentario y constitucional en casi todos los países, sean monarquías o repúblicas como Francia o Suiza. Ya en el siglo XX, Europa ha merecido el calificativo de “Continente negro” (Mark Mazower) durante la primera mitad del XX porque, efectivamente, el fascismo, el nazismo y el comunismo tuvieron aquí su origen.

Prólogo y Capítulo I
–A lo largo del libro pueden seguirse algunos hilos conductores, que son políticos e ideológicos como el liberalismo constitucional angloamericano, pero también culturales y científicos: el romanticismo, el realismo, las vanguardias, el existencialismo y el racionalismo científico o positivismo...

–La idea del XIX como un siglo británico y su parlamentarismo como modelo ideal de la política, y del XX como un siglo norteamericano, sería uno de los hilos conductores del libro, pues durante estos doscientos años la hegemonía angloamericana ha sido evidente. Desde el punto de vista de los valores y las ideas, desde mediados del XIX se produce un giro hacia el realismo y la moderación, y una toma de conciencia de las contradicciones del individuo, que el hombre romántico no tenía. Eso ya está en la novela realista del XIX (adulterio, pobreza, delincuencia, crimen, el mal acompaña a la Modernidad) y, por supuesto, ya en el XX, a partir de Freud, Husserl, Bergson, Heidegger, Ortega, Sartre, Camus, con toda claridad. Pese a los enormes avances científicos y tecnológicos, los hombres alimentan una idea de la vida como algo absurdo, el hombre “arrojado a vivir”, cierto malestar que coincide, quizá, con procesos de secularización graduales y lentos de la sociedad. Las verdades son provisionales, se dan ciertos relativismos morales, hay falta de creencias fuertes. Esto es más propio del XX, y su cultura y política de masas, que del XIX, porque la fuerza de las Iglesias o la impronta del pensamiento religioso aún jalonan la vida social hasta la Belle Époque, pero irán atenuándose o desapareciendo, entreguerras, ya entrado el XX.


Laboratorio de destrucción mundial

Capìlla ardiente del archiduque Francisco Fernando
de Austria y de su esposa, Sofía, asesinados en Sarajevo
–Otros grandes protagonistas de la historia contemporánea son los nacionalismos.

–Con el siglo XIX aparecen dos nacionalismos centrales: el alemán y el italiano, que son de unificación. Estos proyectos nacionales van unidos al liberalismo constitucional. En el Imperio Austro-húngaro no había un fuerte nacionalismo “nacional”. Gobernaba una especie de aristocracia cosmopolita: la élite del imperio que va aceptando las reivindicaciones, los derechos lingüísticos... Más tarde, cuando finaliza el siglo, surge otra cosa: la idea de que un pueblo que presente cualquier tipo de identidad (cultural, étnica, lingüística, religiosa) tiene derecho a la independencia. Dada la constitución de los estados modernos, cuando se rompe el “umbral de mínimos” para definir una nación, –como se solía decir–, se crea el gran problema de las “nacionalidades”. El etno-nacionalismo de fines del XIX no es ya un nacionalismo de unificación, sino movimientos de afirmación de la identidad en los que prevalece la etnia, la lengua o la cultura sobre la estructura política. El Imperio Austro-húngaro, que todo el mundo veía como un modelo de “estado multinacional” de gran estabilidad, deja de funcionar en el momento en que empiezan a aparecer checos, serbios, polacos, croatas, eslovenos, etc., reivindicando su nación. No había un fuerte nacionalismo “nacional” –insisto– austro-húngaro (quizá podía haberlo en Hungría, aunque no era la parte fuerte del imperio, pero en Austria nunca lo hubo)...  Karl Kraus vaticinó que el modelo sería un “laboratorio de la destrucción mundial”, en lo cual acertó, porque la Primera Guerra Mundial estalló, aunque no sólo por ello, tras el atentado nacionalista de Sarajevo, que fue su detonante.

–¿Cuáles fueron las consecuencias de esa contienda?

–Tiene una importancia excepcional porque se hunden tres imperios: el austro-húngaro, el ruso y el otomano, que eran factores de estabilidad mundial. Se crean numerosos países con grandes problemas internos, muchos de ellos de integración de minorías muy heterogéneas. Nacen con un fuerte “nacionalismo nacional”, como Rumanía, que casi siempre se expresa con fuertes xenofobia y antisemitismo, porque a la minoría judía se la considera un cuerpo extraño a la fundación nacional. Si uno hace de la etnia o de la lengua un componente exclusivo de la nacionalidad, el que no pertenezca a esa etnia o no hable esa lengua, queda fuera del proyecto nacional. Se mantuvieron Yugoslavia o Checoslovaquia porque algún estado multinacional debía quedar (y a fines del siglo XX se rompieron). Además, se produjeron el fascismo, que fue una reacción por haberse sentido Italia mal recompensada por su participación en la guerra y por el fracaso social y económico del estado nacido de la unificación. Y el nacionalsocialismo, que igualmente fue una reacción por lo que se consideró una “traición” de la clase dirigente alemana y luego, de la República de Weimar. Los dos son formas extremas del nacionalismo, que es su componente esencial;  antidemocráticas, a la vez contrarias al liberalismo y enemigas del socialismo, cosas que manifestaron una y otra vez sin disimilo alguno. El gobierno británico le encargó al historiador Edward H. Carr que coordinara a varios autores en un volumen que se titulará Nationalism and after (Nacionalismo como tal, Londres, McMillan, 1945) y literalmente dice en su prólogo que “el nacionalismo es la mayor amenaza para la Humanidad” pensando, sobre todo, en el fascismo italiano y en el nacionalsocialismo alemán.

–¿Y la URSS?

–Tampoco hubiera habido Revolución Soviética si Rusia no entra en la guerra, pierde dos millones de personas en dos años, descontento que capitaliza la minoría bolchevique para dar un golpe de Estado. Los regímenes europeos durante el XIX no son lo que hoy entendemos como democracias plenas (voto restringido, las mujeres no cuentan, las competencias de los parlamentos eran limitadas, pero al menos había sistemas de representación y, en algunos casos, como el británico, el parlamento es la esencia de la nacionalidad…) Donde no hubo nada de todo eso fue en Rusia. El zar reina y gobierna. Sí hubo una cierta modernización desde 1890, pero hecha desde arriba. No existía la “sociedad civil”, y cuando se da una cierta apertura al otorgar el zar una pseudoconstitución tras la gran revuelta de 1905, ya es demasiado tarde. 

Octubre, de S. M. Eisenstein
Una revolución tan romántica y espectacular ¿sólo fue “golpe de Estado de la minoría bolchevique”?

En efecto, pero hay dos grandes momentos. Primero una gran revuelta en marzo de 1917 que es espontánea, acéfala, sin dirección de masas, con grandes movilizaciones en las calles por descontento ante la guerra, el mal gobierno, el hambre, y que provoca la caída del zar Nicolás II. Y la de octubre, que es otra cosa: no se ha estabilizado la situación, continúan la guerra, el hambre, el desaprovisionamiento, y un dualismo de poder entre gobiernos parlamentarios muy débiles y las “asambleas del Pueblo”: los soviets, de forma que diez o doce dirigentes del ala bolchevique apoyados por diez o doce mil activistas de la guardia roja y alguna guarnición que deciden ir a la “revolución”. Es decir: hay una dirección. No es un proceso de masas sino de grupos armados que ocupan los centros estratégicos. Sin resistencia, pues el Gobierno ha huido, no hay esa “toma del palacio de invierno” en los términos dramáticos que nos ha acostumbrado la propaganda a través la pintura, la literatura o el cine revolucionarios. Concluyendo: en Rusia tampoco hay experiencia democrática durante el siglo XX, ni las instituciones representativas gozan de prestigio, ni cultura constitucional alguna, cosa que tampoco existirá con la dictadura soviética, ni siquiera hoy mismo, porque la Federación Rusa es una estado semiautoritario.


Un Estado del Bienestar para una “sociedad nueva”

Después de la II Guerra Mundial que acaba con el totalitarismo de Alemania, Italia y Japón, surge el Estado del Bienestar. ¿Se construyó para frenar la amenaza de una revolución comunista y se ha dejado caer cuando ésta ha desaparecido tras la caída de la URSS?

–Es cierto que hasta 1947 (cuando se crea el Sistema Nacional de Salud británico) no había, como tal, un Estado del Bienestar, pero sí existe desde principios del siglo XX algún tipo de leyes y medidas sociales en los países occidentales. A partir de los horrores de la guerra surge la necesidad de crear un tipo de sociedad nueva, que se da no sólo entre los progresistas, sino también entre los más conservadores, los liberales y los cristianos (las Iglesias, hay que ser justos, siempre la han tenido). Una “sociedad nueva” más justa que asuma su responsabilidad ante la enseñanza, la pobreza, el desempleo, la vejez o la enfermedad, y que es algo que proviene del espíritu de las dos revoluciones inaugurales de la modernidad contemporánea.

"Sed realistas, pedid lo imposible", Mayo de 1968

–Durante el apogeo de ese Estado del Bienestar, en 1968 se produce, de pronto en 1968, una gran revuelta juvenil en Francia y EE.UU. que tiene consecuencias en Italia, Alemania y todo el mundo occidental.

Mayo del 68 no podemos atribuirlo a las injusticias sociales, más bien responde a una rebelión generacional por razones estéticas, morales, sexuales, convencionales. Es una revuelta pasajera que puede producirse entre jóvenes que nacen de la prosperidad y la abundancia, y cuyo horizonte de vida quiere ser otro. Raymond Aron, con bastante precisión y mala intención, dijo que era una “revolución inencontrable”. Su mejor herencia fue la liberación de las costumbres y formas de vida: la mujer, la sexualidad, otras maneras de comunicarnos, actuar, vestirnos y divertirnos. Lo peor sería la irrupción de grupos radicales que, a partir de los mensajes del 68, resucitaron la acción violenta de fines del XIX y principios del XX. Los casos de la banda Baider–Meinhoff, en Alemania; o de las Brigadas Rojas y Poder Obrero en Italia, fueron un disparate de percepción de la realidad. Jóvenes muy ideologizados interpretaron todo aquello, que vino acompañado de un periodo de grandes reivindicaciones obreras convencionales: huelgas, luchas sindicales por conseguir mejoras laborales, participación en los beneficios, mayores salarios, como el preludio de una revolución. Y recurrieron a la lucha armada, causando un desastre inútil que costó la vida de centenares de personas, entre ellas, la de Aldo Moro. Una cosa es la mala conciencia y el anhelo de una vida mejor y más justa para todos; y otra muy distinta la violencia, la imposición por el terror y las estrategias de sangre.


La caída del Muro: “Una revolución como la de 1789, pero… ¡contra los revolucionarios!”

–Concluye el libro dedicando un capítulo a la Revolución de 1989, años en los que también se hablaba del Fin de la Historia¿Lo fue la caída del comunismo?

–Era una simplificación y una provocación intelectuales. En Francis Fukuyama había cierta ilusión de que había triunfado la democracia. Pero ha sido, desde luego, el fin de una época, así como la derrota histórica de la izquierda revolucionaria. La derrota de toda una visión del mundo fincada en una revolución “obrera” que se beneficiaba del ethos de la Revolución Francesa y que había reverdecido, por ejemplo, con la Revolución Cubana a finales de los años 50. La ocurrida en Europa del Este y en Rusia a lo largo de 1989 fue, casi, una revolución de 1789 pero… ¡contra los revolucionarios!

¿Tiene aún sentido la dicotomía entre izquierdas y derechas?   

Creo que el problema es eficiencia económica, justicia social y libertad individual. Objetivos de este tipo se pueden conseguir desde políticas conservadoras y desde posiciones socialdemócratas. Por tanto, la exigencia mayor es competencia, eficiencia y crecimiento ordenado. No tiene por qué haber una diferencia tan profunda y radical, porque tanto la izquierda como la derecha han asumido los valores políticos y sociales del constitucionalismo liberal y de la socialdemocracia. Tanto los partidos cristiano-demócratas y liberal-conservadores como los  socialdemócratas apelan al voto de grandes mayorías y tratan de gobernar para ellas. No gobiernan en nombre de unos pequeños sectores de la sociedad, sino que buscan el voto del centro y una apoyatura social muy amplia. Reciben el mandato de gobernar sociedades muy plurales y complejas y un radicalismo muy sectario sería rechazado en las urnas.

¿Existe una tercera vía...?

Tanto derechas como izquierdas hoy a su vez son coaliciones. En los partidos de la derecha hay sensibilidades distintas y en los de la izquierda, también. Cuando hablamos de bipolaridad política, de dos partidos, en realidad hablamos de muchas más opciones. La fragmentación no sería buena, como en Argentina, o en Italia, donde ya no sabemos a qué sistema de partidos nos referimos, pues hay toda clase de combinatorias. Hoy la derecha y la izquierda son plurales y abiertas, pero si las consideramos como dos bloques extremos, erramos. Sartori habla de la importancia que siempre tiene el centro. Sea cual sea el partido que gobierne, la exigencia del sistema es que lo haga para esa gran mayoría heterogénea.

¿Y los nacionalistas actuales?

Hay de todo. Yo diría que la filosofía que está detrás del nacionalismo enfatiza la nación como objeto y como sujeto de la política, la colectividad, la territorialidad, la cultura particularista y la etnicidad. El liberalismo constitucional y la socialdemocracia apuestan por los derechos sociales y los del individuo, así como por la pluralidad educativa en sociedades no excluyentes sino integradoras.


“Hoy puede pasar cualquier cosa”

–¿Cómo resumiría la evolución del mundo en los dos siglos largos que recorre este libro?

–La evolución económica, demográfica y cultural de los siglos XIX y XX resulta espectacular. El mundo es igual entre el año 0 y el año 1800: los economistas a lo mejor hablan de que el PIB mundial pudo cambiar un 0’2 por ciento en todo ese tiempo. Pero el crecimiento entre 1800 y 1900 ya es incalculable; y aún se dispara más, de forma logarítmica, entre 1900 y hoy día. Por ejemplo, entre 1995 y 2005 las Autonomías españolas duplicaron la renta regional y la renta per capita. Entre el año 0 y 1800, el mundo entero seguía casi igual; cambiaron la ropa y los mapas, pero la tecnología era prácticamente la misma: el arado, el molino de harina, el candil o la vela, el ladrillo…

Primera Guerra del Golfo (1990 - 91)

–Sin embargo, usted se muestra pesimista, también habla de que hoy nos enfrentamos a un “espejismo de paz”…

–Claro, otra cosa es que la caída del comunismo haya abierto al principio una etapa de estabilidad. Pero enseguida volvimos a vivir momentos de incertidumbre. Creímos que la gran tensión bipolar había desaparecido y que podíamos caminar con una cierta distensión internacional, y hoy nos encontramos ante un “espejismo de paz”. Recuerden la Primera guerra del Golfo. Parecía que era lo que había que hacer: primero, condena de la ONU a la ocupación de un país por otro. Luego, se articula una gran coalición con participación del mundo árabe, de los países occidentales, con EE.UU. a la cabeza, a la que se suman muchos otros, y que está arropada por el Consejo de Seguridad. Y se actúa. Pero, poco después, todo eso se viene abajo. Estallan las guerras balcánicas, aparecen las redes de terrorismo fundamentalista islámico sin bases territoriales de Al-Kaida, nacen estados fallidos a partir de la desintegración del imperio soviético, se producen guerras tribales en África con genocidios como el de Rwanda, el conflicto palestino-israelí se recrudece con dos intifadas y ocurre el atentado del 11-S con un estado cómplice: Afganistán bajo los talibanes… Y todo ante la inacción de los propios países vecinos, europeos, asiáticos y africanos, así como de los organismos internacionales: ONU, OTAN… Hemos perdido la gran oportunidad de 1989 y volvemos a un mundo complejo, difícil, conflictivo, donde hay muchos elementos de tensión, algunos comprensibles, otros ilógicos, en el que puede pasar cualquier cosa.


–Eterno retorno de la historia más que tiempo lineal: ¿No estamos en 2013 como en el siglo XV? Hace poco que Marco Polo nos ha descubierto China (hoy esa nación, por primera vez en 5.000 años, ha salido de su ensimismamiento histórico y ya nos está colonizando). Como enemigo universal: el Turco (ahora el fundamentalismo islámico). Gutenberg acaba de inventar la imprenta en 1440, que introduce un absoluto cambio de paradigma cultural, social, educativo y económico (Internet)… ¿Caerá otra vez Constantinopla? 

Bashar al-Assad y Vladimir Putin flanqueados por sus esposas
–Hay coyunturas históricas que pueden recordar a otras, pero el tiempo, a pesar de su intento, es lineal, créame, y no cíclico… (Se ríe) Bueno, sí, tales similitudes pueden provocar alguna reflexión histórica, cosas que aprender, aunque hace tiempo ya que la gente ha renunciado a que la Historia nos pueda “enseñar” algo. Aunque sí debería enseñarnos, y nosotros aprender, cierta “prudencia civil”, cierto “escepticismo”, como decía Nietzsche críticamente, pues él consideraba que esa prudencia y ese escepticismo eran elementos de “debilidad”… En fín, es verdad que ahora vivimos una situación muy tensa con la guerra civil en Siria, la amenaza de una intervención armada de EE.UU. y otros países, y la advertencia de Rusia frente a cualquier acción contra el régimen de Bashar al-Assad. Todo ello recuerda mucho a la situación que desencadenó la Primera Guerra Mundial, cuando Rusia amenazó a quien tocara a Serbia con que debería entendérselas con ella, lo que dio lugar a una serie de fatales encadenamientos cuyo resultado fue una guerra que nadie esperaba y que casi nadie quería.