sábado, 6 de junio de 2015

El espíritu de Montaigne con “Luz portátil”


"Nunca más el descenso anulará el ascenso", Yamina del Real 

Margarita de Orellana, comisaria de la exposición Luz portátil que puede visitarse en el Instituto de México (Carrera de San Jerónimo 46) hasta el 22 de julio dentro de Photoespaña 2015, fundó con su marido, el escritor y editor Alberto Ruy Sánchez, la revista Artes de México en los años 80, una publicación esencial para asomarse a la vitalísima creatividad de su país (que también es el mío). Asimismo, la revista ha venido publicando una colección de libros dedicada a la fotografía, una de las expresiones artísticas de mayor trascendencia en Iberoamérica y especialmente en México, colección bautizada con título tan sugerente por Ruy Sánchez y Pedro Tzontémoc, sus directores, y en la que “26 destacados fotógrafos mexicanos dialogan, o mejor dicho: ‘se ensayan’ con otros tantos escritores y poetas, pues se trata de un experimento, a veces alquímico, donde la imagen y la luz también se transmutan en palabra y tinta sobre papel”, nos explica la comisaria.


"Colores tarahumaras", Pablo Aguinaco

Así pues, “esa conversación, ahora resumida en las 78 fotografías que componen esta exposición,  no necesariamente ‘ilustra’ la obra del fotógrafo, sino que la acompaña de manera cómplice y la hace deseable desde el punto de vista literario, ya sea bajo la especie de otro ensayo, un cuento o uno o varios poemas. Es decir, a partir del ‘ensayo fotográfico’ realizado por cada uno, los escritores multiplican su valor artístico gracias a la literatura. Y porque la luz se viste de palabras, se hace ‘portátil’ en estos libros”.

Sin título, Lorenzo Armendáriz


Alberto Ruy Sánchez señala en su texto de introducción que “el fotógrafo ensayista tiene que mostrar tenacidad en su búsqueda de ciertas imágenes sin dejar de estar disponible y abierto a los caprichos del azar. Es necesario que con una serie de fotografías tenga un discurso, haga una composición elocuente, sin que se conviertan en simples ilustraciones de aquello que argumentan”. Y añade: “El reto de hacer un ensayo fotográfico es mucho más interesante que la simple presentación de una antología de un autor o de una muestra retrospectiva. El ensayo es más exigente y a la vez más modesto. A mediano plazo, más convincente”.


"Defectuoso", Federico Gama

Y es que el “ensayo fotográfico” no se limita a ser “un relato visual realista o a ser documental”, sino que está “abierto a lo posible, a la multiplicidad de acercamientos o distancias con lo inmediato que un fotógrafo pueda desarrollar”  Como no se trata de un acercamiento a su “personalidad”, esta colección dedicada al “ensayo fotográfico” puede decirse que nos acerca “el espíritu de Montaigne, cámara en mano”, afirma el escritor y editor mexicano.  


La exposición

3 fotografías de Antonio Zirión del libro Traspasos con Verónica Gerber
3 fotografías de Ernesto Ramírez del libro Arqueología humana con Fabrizio Mejía
4 fotografías de Nicola Lorusso del libro Diario del mar con Marco Perilli
2 fotografías de Gala Narezo del libro Locales con Elena Poniatowska
2 fotografías de Maritza López del libro Laberintos caligráficos con Naief Yehya
4 fotografías de Cristina Kahlo del libro Rituales con Verónica Murguía
3 fotografías de Alicia Ahumada del libro El bosque erotizado con Alberto Ruy Sánchez
3 fotografías de Francisco Kochen del libro El silencio es nuestro con Lydia Cacho
3 fotografías de Jorge Vértiz del libro Cielo y tierra con Alberto Blanco y Elsa Cross
3 fotografías de Lourdes Almeida del libro Lo que el mar me dejó con Sealtiel Alatriste
3 fotografías de Jorge Lépez Vela del libro Mar Urbe con Óscar de la Borbolla
3 fotografías de Adrián Mendieta del libro Hojas sueltas con David Martín del Campo
3 fotografías de Pedro Tzontémoc del libro El ser y la nada con David Huerta
3 fotografías de Gerardo Montiel Klint del libro De cuerpo presente con Salvador Alanís
2 fotografías de José Antonio Martínez del libro Todo ángel es terrible con Ethel Krauze
3 fotografías de Yamina del Real del libro El silencio luminoso con Sandra Lorenzano
3 fotografías de Lorenzo Armendáriz del libro El campo del dolor con Neyra Alvarado
4 fotografías de Dominic Simmons del libro El mundo increíble con Mario Ballatin
3 fotografías de Susana Casarín del libro Realidades y deseos con Arnoldo Kraus
4 fotografías de Federico Gama del libro Historias de la piel con Élmer Mendoza
3 fotografías de Tatiana Parcero del libro Cartografías con José Luis Trueba
2 fotografías de Yolanda Andrade del libro A través del cristal con Elizabeth Ferrer
3 fotografías de Pablo Aguinaco del libro El color del tiempo con Rafael Vargas
3 fotografías de Nirvana Paz del libro Siete dioptrías con Nuria Gómez Benet
3 fotografías de Gabriel Figueroa del libro Lugares prometidos con Alberto Ruy Sánchez
3 fotografías de Aurelio Asiain del libro El espacio de pronto es escenario con texto suyo


miércoles, 6 de mayo de 2015

Ortiz de Villajos: un ángel con mirada de león


Hoy me arrebató la melancolía y he vuelto a tener trece o catorce años. He vuelto al cubil del padre Ángel Ortiz de Villajos (uno de los pilares de Iglesia UniversidadSopeña, Iniesta, Aguirre... – y luego director espiritual de los alumnos del SEK de Arturo Soria). Era músico, un gran pianista y compositor, hijo de una gloria de la música popular: Cuna cañí, El niño de las monjas, Canta guitarra, La luna enamorá, Al Uruguay, Madre, cómprame un negro…;  y también matemático, que llegó al sacerdocio algo tarde, cuando contaba cerca de cuarenta años. Y era bizco (los niños lo adorábamos y le llamábamos Clarence, ya saben, el estrábico león de una famosa serie de televisión).

Desde mi bautizo a los ocho años, fui su monaguillo, incluso cuando dejé de creer a los doce. Nunca intentó forzarme y reconvertirme. Hasta los diecisiete, mientras estuve en el colegio, hablábamos a solas dos o tres horas a la semana de las cosas de la vida y no había tabús; de música (era un gran especialista en Mahler y me contaba sus secretos partitura en mente: “Mira, este es el tema de Alma, en la sexta”) o de poesía. En aquel cubil suyo me leía poemas de García Lorca, Alberti, Miguel Hernández y León Felipe, su preferido. ¡Aquellos viejos libros de Aguilar o los clandestinos de Losada!

Aunque hay versiones espléndidas de Paco Rabal, elijo ésta de “Qué lástima” dicha por su autor, el viejo y entrañable anarquista León Felipe, porque el padre Ángel más o menos leía esta suave elegía como él. Y a mí me llegaba al alma porque yo era hijo de exilios y de una trágica orfandad.




domingo, 3 de mayo de 2015

Yo, Dante Alighieri



Hay que estar tan loco por la literatura como el ensayista, poeta, narrador y periodista argentino Roberto Alifano, emparentado con el príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa, que fue interlocutor y amigo de Jorge Luis Borges, para atreverse a escribir Yo Dante Alighieri, en mitad del camino de la vida (Ediciones Khaf) en el siglo XXI. Y eso que el gran poeta florentino ha sido tanto o más influyente que Homero, Virgilio, Cervantes o Shakespeare. Un libro que a la vez es culto y ameno, pero, sobre todo, una iniciación en la lectura de la Comedia, poema al que Giovanni Boccaccio antepuso el calificativo de Divina.     

“Viví una larga temporada en Florencia –nos explica el escritor– y traté de seguir todos los caminos de Dante, un personaje del que apenas quedan rastros históricos. En la abadía de Santa María della Pomposa, donde se sitúa la pérdida de este manuscrito autobiográfico al que aludo como fuente, descubrí hace ya unos cuarenta años una inscripción que situaba allí el último día de su vida. Años más tarde, volví al lugar y la inscripción ya no estaba, por lo visto la habían robado. Y no es que yo lo hubiera soñado. Allí Dante acudía con frecuencia, por estar enterrado el benedictino Pedro Damián (su Petro peccator) y allí contrajo la peste amarilla tras una misión de paz entre RávenaVenecia. Pues bien, ahí él pierde ese manuscrito autobiográfico, que se supone lo roban y llega a París, donde siglos después lo compra el ingeniero y conde Ferdinand de Lesseps, gran coleccionista de libros y de arte; manuscrito que luego, cosa de masones, llega a manos del prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento. Yo creo que esta historia es parte de ficción pero puede ser real, pues Miguel de Santander y Loaces, descendiente del arzobispo Fernando de Loaces, quien había sido bibliotecario del Vaticano, me dijo: ‘Hombre, tengo que ir a la Biblioteca Nacional de Argentina a robarlo, si lo encuentro, pues está disimulado en sus borgianos anaqueles’. Quién sabe si lo hizo, porque ya nadie lo encuentra” (El escritor sonríe).

Dante fue más importante en su época como político y diplomático al servicio de los güelfos, que como escritor, aunque protagonizó con Cavalcanti y otros precursores un gran cambio de paradigma literario: el dolce stil nuovo, cuya influencia marca a Boccaccio o a Petrarca, a Giotto, Botticelli, Rafael Sanzio, Miguel Ángel… y por la vía de los capitanes como Garcilaso, a otros grandes renacentistas españoles. “El gran desterrado ­–¡qué tema tan moderno!– utiliza la lengua vernácula: el toscano, y hace trascendente el amor cortesano de la poesía trovadoresca, tendiendo, asimismo, un puente entre el aristotelismo y el platonismo, a la sombra de Averroes y de otras fuentes islámicas. Quizá los misterios de su vida (el manuscrito de la Divina comedia nunca se ha encontrado, como así tampoco hay certeza alguna de sus restos mortales) se deban a que bordeó la herejía, pues su visionario tránsito por la escatología cristiana de la mano de Virgilio y de su amadísima e inaccesible Beatriz Portinari, no sólo describe el Infierno y el Purgatorio, sino que se atreve a llegar a lo más sagrado del Paraíso: el Empíreo, lo cual debió ser un atrevimiento más que escandaloso, casi sacrílego: la rosa mística, la visión de Dios”.

          
        Tampoco el siglo XX fue ajeno a Dante: Ezra Pound, T. S. Eliot, incluso James Joyce, o Eugenio Montale y Pablo Neruda, le han rendido homenaje. ¿Y Lezama? ¿Y Salinas y su ‘verdad trasvisible’? Ningún poeta que haya escrito un poema extenso ha renunciado a igualarlo. Se trata de un texto que no sólo ha tenido una lectura escolástica (moral, teológica, analógica y anagógica o mística), histórica (siglos XIX-XX por compendio de la política, la literatura y las artes de su tiempo), artística (Blake, Doré, Rodin, Dalí… hasta Barceló) o estética (siglo XX, por haber maridado forma y contenido sin rival), sino que también, y como decía Borges, su mayor exégeta (ahí están sus Nueve ensayos dantescos y Siete noches, además del ‘Poema conjetural’, entre otros textos), una lectura ‘hedónica’, por el puro placer y emoción del texto, sin necesidad de referencia alguna. Yo recomiendo esta aventura a todos los jóvenes que aspiren a ser poetas”.