jueves, 22 de septiembre de 2016

Quilombo



Esta preciosa y polisémica palabra es un americanismo de uso común en Argentina, Bolivia, Chile, Honduras, Paraguay y Uruguay, que no sólo significa prostíbulo (aplicable a la corrupción, el amiguismo, las redes clientelares de empresarios adictos, los subsidios para afianzar el voto cautivo, los ERE, los falsos cursos de formación y la sumisión que han generado los grandes partidos estatales y los nacionalistas, y que sumen en la vergüenza y el descrédito a las huestes de Mariano Rajoy y a las del PSOE, CDC, etc.); sino también el lío, barullo, gresca o desorden en el que se desenvuelve la vida política española. Todo lo cual explica aunque sea por deformación esperpéntica o reducción al absurdo el disgusto y hastío que viene suscitando entre los votantes españoles el espectáculo que están dando estos ¿indignos? representantes de la soberanía nacional.

En cambio,  para los sufridos ciudadanos venezolanos se trata de un lugar apartado y de difícil acceso, un andurrial, como ha logrado hacer de su país, en términos de democracia, el régimen creado por el general Hugo Chávez y por su heredero, el actual presidente Nicolás Maduro.

Sin embargo, se trata de una palabra ante la cual, al dar fe de sus acepciones, los cónsules del Diccionario se han visto influenciados por sus prejuicios en contra de la insurgencia social. Pues quilombo, al parecer, procede etimológicamente del kimbundú, un dialecto de la lengua bantú muy hablado en Angola


Y quizá sus hablantes esclavizados en toda América, cuando se rebelaban y huían del yugo y el látigo, ahora ya cimarrones o jíbaros, empezaron a utilizarla para nombrar a esas repúblicas y hasta monarquías espartaquistas que se fundaron extramuros de la Administración colonial española y portuguesa. Y que se gobernaban como una comuna arcádica…­­­­­ o muy moderna: de los hippies a los okupas. Así se llamaban esos inaccesibles cantones especialmente en Brasil y Argentina, aunque allí y en el resto de América también se hayan conocido como cumbes, mambices, rochelas o ladeiras. 

Y palenques –donde en México se han venido celebrando las peleas de gallos, como las que aquí se traen Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias.

martes, 20 de septiembre de 2016

El Maximato fallido

José María Aznar, el general Plutarco Elías Calles y Mariano Rajoy

La admiración secreta de José María Alfredo Aznar López por uno de los fundadores del sistema político mexicano contemporáneo: el general Plutarco Elías Calles, no es nueva entre los políticos españoles, pues ya Felipe González Márquez manifestó en la campaña electoral de 1982 que aspiraba al techo social del PRI. La pasión secreta de Aznar por don Plutarco nunca ha sido verbalmente explicitada, aunque ha tenido su epifanía en los hechos. En primer lugar, el dedazo de aquella presidencia imperial mexicana (el presidente saliente designa a su sucesor y si hubiere oposición, lo madruga, es decir: adelanta su anuncio para cortar la grilla); y en segundo lugar, la aspiración al Maximato.

Lo primero está claro: Aznar lo escenificó muy seguro de sí mismo y divirtiéndose, señalando con sus traviesos dedillos que el nombre del tapado estaba en el “cuaderno azul”, íntimo y secreto dietario de su acción política, que siempre llevaba consigo y que blandía ante los periodistas y las televisiones entre 2003 y 2004, como gato jugueteando con pajarillos. Eligió a su entonces ministro del Interior (antes lo había sido de Administraciones Públicas y de Educación y Cultura), el registrador de la Propiedad Mariano Rajoy Brey, frente a otros posibles candidatos políticamente más agresivos, como pudieron serlo Alberto Ruiz-Gallardón Jiménez o Esperanza Aguirre y Gil de Biedma. También se habló de Ángel Jesús Acebes Paniagua, muy profesional y sólido político que parecía ser ese joven alumno muy aplicado, el segundo de la clase en el Consejo de Ministros.

Pero Aznar, autor de un milagro económico que fue “pan para hoy y hambre para mañana” (y cuyo paladín ahora se encuentra al borde de la cárcel: Rodrigo de Rato y Figaredo, vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía, también candidato poderoso pero imposible, pues se había opuesto a la guerra de Irak y no era político manejable). Pero Aznar, que se había sentado entre el emperador George Walker Bush y el primer espada británico Anthony Charles Lynton Blair antes de ir a la faena de Irak, algo a lo que se oponía frontalmente la Iglesia Católica, buena parte del electorado del PP y el PSOE en plenario bajo el talante de José Luis Rodríguez Zapatero, junto al resto de la Oposición. Pero Aznar, que había casado a su hija en El Escorial con invitados poderosos como el presidente italiano Silvio Berlusconi Bossi o sbirri como Francisco Correa Sánchez, muñidor de la trama Gurtel, presuntamente delictiva. Pero Aznar, quien abandonaba apoteósica y voluntariamente la Presidencia del Gobierno en la que se había eternizado su antecesor durante cuatro legislaturas, después de “sólo” ocho años. Pero Aznar… ¿no estaría tramando un Maximato desde el ilustre think tank ideado a su imagen y semejanza: la Fundación para el Análisis y Estudios Sociales (FAES)?

Si así fue, al final le ha ido tan mal como en Irak o con su apuesta por el ladrillo como locomotora de la economía española.

En cambio, el general Francisco Plutarco Elías Campuzano (que adoptó el apellido Calles del marido de su tía materna, matrimonio que lo prohijó cuando quedó huérfano de madre y su padre, alcohólico e irresponsable, abandonó a los hijos naturales) sí tuvo más éxito en sus empeños.  Primero pactó con el también general Álvaro Obregón Salido –quien ya había sido presidente de México desde 1920 hasta 1924, como él entre 1924 y 1928– seguir alternándose en el Poder, reelecciones que precisarán de un reforma constitucional, pues el lema de la Revolución había sido “sufragio efectivo, no reelección”. Reforma que el Congreso mexicano aprobó, a instancias de don Plutarco, siempre que el presidente en activo no pudiera serlo durante el siguiente mandato. Pero el asesinato de Obregón a manos de un católico extremista tras su primera reelección en 1928 (no llegó a jurar el cargo) echó por tierra lo que habían planeado estos “diarcas” mexicanos.

Para sucederle se nombró interinamente al abogado Emilio Cándido Portes Gil, quien preparó la siguiente convocatoria electoral que se celebrará en 1930, interinato ya marcado por el omnímodo poder de don Plutarco a quien comenzó a llamarse el Jefe Máximo de la Revolución. Fascinado por el comunismo y por el fascismo, el general fundó el Partido Nacional Revolucionario, un partido de Estado cuasi único que nacía para conjugar y conjurar los intereses y las rivalidades de las diversas y encontradas familias revolucionarias. Luego se refundará como Partido de la Revolución Mexicana de 1938 a 1946, para finalmente ser el actual Partido Revolucionario Institucional y que se mantuvo ininterrumpidamente en el Poder hasta el año 2000, para volver a recuperarlo en 2012 con Enrique Peña Nieto.

En fin, comoquiera que el gran superviviente no podía sucederse a sí mismo, el PNR designó, bajo el patrocinio de su fundador, al diplomático e historiador Pascual José Rodrigo Ortiz Rubio como candidato. Ganó las elecciones, aunque al día siguiente de rendir su segundo informe presidencial, allá por 1932, renunció a la silla, alegando que le era imposible ejercer el cargo por las presiones que recibía. Por entonces los mexicanos decían, cuando pasaban cerca del domicilio de don Plutarco, desde donde se divisaba el Palacio de Chapultepec: “Allí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”.    

Nuevo interinato. El PNR ahora elige para sustituirle al general Abelardo Rodríguez Luján,  que había sido ministro de Industria, Comercio y Trabajo, así como de Marina y Guerra con Portes Gil, de tendencia socialista y anticlerical, a quien también manipuló don Plutarco, aunque seguramente lo temía, pues quizá le forzó a volver al “sufragio efectivo, no reelección”, por si acaso quería reelegirse y poner en duda su Maximato. Así que el PNR de Calles postuló para las siguientes elecciones presidenciales de 1934 a otro general, por joven quizá manejable: Lázaro Cárdenas del Río, a quien se ha llamado por ello el cachorro de la Revolución, pues sólo tenía 39 años al recibir la banda presidencial.

Sin embargo, no fue así. Después de varios tiras y aflojas para zafarse de las injerencias de don Plutarco y de sus ministros impuestos y otros políticos callistas, el enérgico nuevo presidente le envió a veinte militares y a ocho policías a que lo detuvieran la noche del 9 de abril de 1936 en su residencia mientras leía en la cama, según cuentan, el Mein Kampf de Adolf Hitler. Al día siguiente lo montaron en un avión rumbo a Estados Unidos junto con sus fieles Luis L. León, Melchor Ortega y Luis N. Morones. Esta fue la primera vez que en México se resolvía un conflicto de poder sin recurrir a la pólvora y el plomo, como desgraciadamente había ocurrido hasta entonces: Madero, Villa, Zapata, Carranza, Serrano…                
            
Aunque histórica y políticamente la talla de Aznar sólo pueda considerarse la de un mero aprendiz de brujo, sus planes se torcieron por culpa de la pésima gestión del atentado terrorista que el 11 de marzo de 2004 condujo a la derrota electoral del entonces candidato Mariano Rajoy sólo tres días después de la tragedia. Hubo un patético mini maximato durante los siguientes cuatro años. Allí estuvieron flanqueándole como Jefe de la Oposición, a todas horas, dos fieles soldados aznaristas: el ex ministro de Trabajo y portavoz del Partido Popular Eduardo Andrés Julio Zaplana-Soro; y el ya mencionado Ángel Acebes, de los que se desembarazaría en la siguiente legislatura, cuyas elecciones volvió a perder en 2008. 

Pero Aznar no ha dejado nunca de intentarlo,  a Dios gracias sin mayor éxito,  cuando por fin Mariano Rajoy logró ganar las elecciones en 2011 gracias al desastre económico del presidente socialista Rodríguez Zapatero. De no haber mediado el trágico 11-M, es probable que los españoles, al pasar junto al Palacio de la Moncloa por la autopista de A Coruña, hoy lo haríamos pensando: “Aquí vive el presidente, pero el que manda vive en FAES”.